lunes, 28 de mayo de 2012

Certamen Literario: Segundo Premio del Segundo ciclo de Secundaria


Despertar
José Luís Fernández Utrera


Todos despertamos, pero esta vez es distinto.
Me siento perezoso, tengo las extremidades entumecidas, ríos de sudor frío me bajan por la frente, goteando hasta mi barbilla, hace mucho frío, ¿Donde estoy?

Me pongo en pie y me estiro, haciendo crujir mis articulaciones, miro a mi alrededor.
Un paraje de lo más tétrico y peculiar me rodea: Espesa niebla, nieve, un gélido viento que me corta como una daga y vegetación muerta mire por donde mire.

Maldita sea, ¿Cómo he llegado aquí?
Quién me haya traído aquí se ha cuidado de quitarme mi espada y escudo, aunque aún conservo mi loriga de mallas y mi yelmo, que está tirado en la nieve.
Me froto las manos para entrar en calor y, lentamente, emprendo la marcha...

Las ramas secas crujen bajo el peso de mis botas de cuero, la niebla me impide ver a mas de 5 varas de distancia, y las enredadas raíces de los árboles, que brotan de la tierra y se mezclan con la nieve hacen que tropiece en mas de una ocasión.

Caminaba, blasfemando por mi penosa fortuna cuando, entre la niebla, que se empezaba a disipar, vi una aldea...

-¡Salvado!- pensé.

Corrí hacia ella, sin pensármelo dos veces, hasta llegar al centro de la aldea. Una vez allí...

-¡Eh! Necesito ayuda, soy el capitán de los mercenarios del Rey, me he separado de mi división y no se donde estoy, ¿Puede alguien decírmelo?

Pero, pese a que suene extraño, nadie parecía percatarse de mi presencia, cada uno iba a lo suyo, sin tan siquiera fijarse en mi, como si no existiera. Volví a repetir, está vez algo enojado:

-¿¡Es que nadie me oye!? ¡Atendedme, maldita sea, no queráis que traiga aquí a mis tropas!

Tampoco surgió, estos quieren morir...

-¡Sucios bastardos, me las pagaréis, juro por mi honor que me las pagaréis!

Tras decir esto, iracundo, me di media vuelta y presto de paso reemprendí mi camino.

-¡Luis de Navarra, capitán de los mercenarios del Rey!- dijo una voz ronca a mi retaguardia...

Sentí un escalofrío en la nuca, y lentamente me di la vuelta...
Palidecí al ver aquel grotesco espectáculo: El pueblo, de repente, estaba envuelto en sendas llamas que lo arrasaban todo, y los aldeanos, ahora se hallaban en el centro de la aldea, ennegrecidos y llenos de ampollas por el fuego...

Sentí como las fuerzas me abandonaban, los párpados se me cerraron, y caía pesadamente al suelo.

 
Vuelvo a despertar.
Esta vez me encuentro bien, hace un clima agradable y los rayos del sol brillan, como en una mañana primaveral. Miro a mi alrededor. Para mi sorpresa, me encuentro en una colina, en una verde colina llena de hermosas flores, salpicadas por el ir y venir de las abejas con su correspondiente zumbido.

-¡Luís!- Dice una voz blanca desde mi flanco izquierdo.

Me giro, ávido de reflejos, y veo a una chiquilla de unos 8 años. Tiene rasgos agradables, pelo cobrizo, ondulado y ojos verdes. Colgado del antebrazo, una cesta con frutas silvestres y unas peras.

-¿Quién eres, chiquilla, y donde estamos?
-Sshh- dice, llevándose el índice a los labios- ¡Que ya vienen!
-¡Espera!

Pero ni caso, sale corriendo, colina abajo, tirando en su huida una pera de la cesta, que cae rodando pendiente abajo. La sigo con la mirada, hasta que veo que llega a una aldea bajo las colinas, nada mas llegar, una mujer la agarra por el brazo y la mete en casa, mientras otros tantos hacen lo mismo.

Desciendo ligero de pies, y al llegar abajo, veo la pera que la niña había dejado caer: Estaba marchita y una nube de mosquitos volaban alrededor de ella.
Aún la estaba mirando, cuando de lejos me llegan unos sonidos muy familiares: Cascos de caballos,
el rechinar de las armaduras y el golpeo de los tambores de guerra, en otras palabras, una mesnada acercándose...

Empecé ya a ver a los primeros jinetes, y pude respirar tranquilo: Portan el estandarte de mi patria,
eso quiere decir que podré pedirles auxilio y reagruparme con mi compañía. Corrí hacia ellos, dando voces y agitando los brazos, cuando vi algo estremecedor a lo que no podía dar crédito:

Me vi a mi mismo, en formación, con el resto de mis antiguos compañeros, e incluso estaba Fernando, un antiguo miembro de mi compañía que fue abatido por una lluvia de flechas hará años.
 
Seguía mirando, sin comprender lo que pasaba, tratando de encontrar una explicación racional, pero no la había, ¡Es un sueño, debe de serlo, pero es demasiado real!

El comandante da la orden, y los soldados se abalanzan contra los pocos incautos que habían formado una resistencia, blandiendo como armas sus herrumbrados utensilios de agricultura, pero caen como si fueran trigo cortado por una hoz, y antes de darles tiempo a huir, todos son aplastados bajo las mazas de los soldados. Ahora le toca el turno a los que se escondían en sus casas. “Las tejavanas con techo de paja arderán muy bien” dice riéndose un soldado al comandante. “Buena idea”, responde el otro, Tras prender cuantiosas antorchas, son lanzadas contra los tejados, que empiezan a arder. La tos de los aldeanos se empieza a oír, algunos optan por salir, pero chocan contra los escudos, y a golpe de lanza se les obliga a volver a entrar. Poco después, todos los edificios arden, desprendiendo una negra humareda y un peculiar olor a carne quemada que aún no he olvidado. Los soldados celebran su victoria, vitoreando a su comandante, burlándose de los pobres infelices que acababan de encontrar en sus propias casas la mas espantosa muerte.

Caí de rodillas, sendas lágrimas recorrían mis mejillas, me recosté en el suelo son consuelo, y medité, ¿Es eso lo que le he hecho a la gente? ¿A esto he dedicado mi vida?

Pero mi corta meditación se ve repentinamente interrumpida.
Despierto.
Me encuentro de nuevo en el nevado paraje de antes, en la aldea, los campesinos me han rodeado...
-Luis de Navarra, capitán de los mercenarios de Rey, Gran Mercenario que no conoce la misericordia, tu actitud pendenciera, tu falso orgullo y tu falta de escrúpulos te convirtieron mercenario, y al elegir ese camino, decidiste no tener piedad, que nada ni nadie te pararía, y así fue como destacaste entre los demás, llegando a capitán, pero di, ¿Mereció la pena? Di, ahora que has muerto, ¿Mereció la pena tanta sangre, dolor y sufrimiento? ¿Mereció la pena sacrificar a tu mujer y a tu hija, a tus amigos y familiares, por esto?

Bajo la cabeza, y al hacerlo, veo que tengo clavadas 3 lanzas en el abdomen y en el pecho, pero no brota sangre.

-Quien vive por la espada, muerte por la espada, Luis de Navarra, y ahora que tu vida se ha acabado, ¡Es hora de pagar por tus pecados!

No tengo tiempo para reaccionar, los campesinos me agarran, forcejeo, pero de nada sirve, son muchos, y acabo por sucumbir. 

Entre golpes y empujones me encierran en una casa.

Me doy la vuelta, y al mirar alrededor... ¡Es mi casa!

-Papá... ¿Que pasa fuera?

Me giro, y veo a mi hija, una preciosa muchacha de 8 años, seguida de mi mujer.

-Luís, ¿¡Que ocurre fuera!?
Sin mediar palabra, corro hacia ellas dos y las abrazo y las besó, pero entonces noto una gélida caricia, y veo la pútrida mano de mi mujer posada en mi hombro, y a mi hija, sin ojos, nariz ni labios, cubierta de gusanos.

Grito aterrado, ¡¡He de salir de aquí!! corro hasta la puerta y la abro, pero al salir choco contra un escudo de acero y alguien me golpea con una maza, partiéndome la clavícula: Ese alguien soy yo mismo, y con un barrido con el escudo me conduzco violentamente a mi casa, donde vuelven a cerrar la puerta,

Empieza a hacer calor...

Miro al techo, y para mi horror, veo como empieza a arder, llenando de humo toda la casa, me tiro al suelo, entre sollozos, y sigo pensando en todos mis actos, pensando que, quizás, esto es lo que en el fondo me merezco.
Pero nuevamente mis pensamientos son interrumpidos por las abrasadoras llamas, que empiezan a calcinar mi piel, que comienza a derretirse, corro hasta la ventana, que está cerrada por gruesas tablas de madera, y pido ayuda a gritos, pero mis gritos son contestados por risas, al mirar por la ventana, me veo a mi mismo, riéndome.

El fuego avanza, y ya me encuentro envuelto en llamas, el dolor es inimaginable, ninguna palabra podrá nunca expresar este tormento, el mismo tormento al que yo he condenado a muchos otros semejantes.





Vuelvo a despertar, estoy en mi cama, todo ha sido un sueño... ¿O no...? 


Escrito por José Luís Fernández Utrera, 4º de E.S.O. Miércoles, 23 de Mayo, 2012.


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