Despertar
José
Luís Fernández Utrera
Me siento perezoso, tengo las extremidades
entumecidas, ríos de sudor frío me bajan por la frente, goteando hasta mi
barbilla, hace mucho frío, ¿Donde estoy?
Me pongo en pie y me estiro, haciendo crujir
mis articulaciones, miro a mi alrededor.
Un paraje de lo más tétrico y peculiar me
rodea: Espesa niebla, nieve, un gélido viento que me corta como una daga y
vegetación muerta mire por donde mire.
Maldita sea, ¿Cómo he llegado aquí?
Quién me haya traído aquí se ha cuidado de
quitarme mi espada y escudo, aunque aún conservo mi loriga de mallas y mi
yelmo, que está tirado en la nieve.
Me froto las manos para entrar en calor y,
lentamente, emprendo la marcha...
Las ramas secas crujen bajo el peso de mis
botas de cuero, la niebla me impide ver a mas de 5 varas de distancia, y las
enredadas raíces de los árboles, que brotan de la tierra y se mezclan con la
nieve hacen que tropiece en mas de una ocasión.
Caminaba, blasfemando por mi penosa fortuna
cuando, entre la niebla, que se empezaba a disipar, vi una aldea...
-¡Salvado!- pensé.
Corrí hacia ella, sin pensármelo dos veces,
hasta llegar al centro de la aldea. Una vez allí...
-¡Eh! Necesito ayuda, soy el capitán de los mercenarios
del Rey, me he separado de mi división y no se donde estoy, ¿Puede alguien
decírmelo?
Pero, pese a que suene extraño, nadie parecía
percatarse de mi presencia, cada uno iba a lo suyo, sin tan siquiera fijarse en
mi, como si no existiera. Volví a repetir, está vez algo enojado:
-¿¡Es que nadie me oye!? ¡Atendedme, maldita
sea, no queráis que traiga aquí a mis tropas!
Tampoco surgió, estos quieren morir...
-¡Sucios bastardos, me las pagaréis, juro por
mi honor que me las pagaréis!
Tras decir esto, iracundo, me di media vuelta
y presto de paso reemprendí mi camino.
-¡Luis de Navarra, capitán de los mercenarios
del Rey!- dijo una voz ronca a mi retaguardia...
Sentí un escalofrío en la nuca, y lentamente
me di la vuelta...
Palidecí al ver aquel grotesco espectáculo: El
pueblo, de repente, estaba envuelto en sendas llamas que lo arrasaban todo, y
los aldeanos, ahora se hallaban en el centro de la aldea, ennegrecidos y llenos
de ampollas por el fuego...
Sentí como las fuerzas me abandonaban, los párpados
se me cerraron, y caía pesadamente al suelo.
Vuelvo a despertar.
Esta vez me encuentro bien, hace un clima
agradable y los rayos del sol brillan, como en una mañana primaveral. Miro a mi
alrededor. Para mi sorpresa, me encuentro en una colina, en una verde colina
llena de hermosas flores, salpicadas por el ir y venir de las abejas con su
correspondiente zumbido.
-¡Luís!- Dice una voz blanca desde mi flanco
izquierdo.
Me giro, ávido de reflejos, y veo a una
chiquilla de unos 8 años. Tiene rasgos agradables, pelo cobrizo, ondulado y
ojos verdes. Colgado del antebrazo, una cesta con frutas silvestres y unas
peras.
-¿Quién eres, chiquilla, y donde estamos?
-Sshh- dice, llevándose el índice a los
labios- ¡Que ya vienen!
-¡Espera!
Pero ni caso, sale corriendo, colina abajo,
tirando en su huida una pera de la cesta, que cae rodando pendiente abajo. La
sigo con la mirada, hasta que veo que llega a una aldea bajo las colinas, nada
mas llegar, una mujer la agarra por el brazo y la mete en casa, mientras otros
tantos hacen lo mismo.
Desciendo ligero de pies, y al llegar abajo,
veo la pera que la niña había dejado caer: Estaba marchita y una nube de
mosquitos volaban alrededor de ella.
Aún la estaba mirando, cuando de lejos me
llegan unos sonidos muy familiares: Cascos de caballos,
el rechinar de las armaduras y el golpeo de
los tambores de guerra, en otras palabras, una mesnada acercándose...
Empecé ya a ver a los primeros jinetes, y pude
respirar tranquilo: Portan el estandarte de mi patria,
eso quiere decir que podré pedirles auxilio y
reagruparme con mi compañía. Corrí hacia ellos, dando voces y agitando los
brazos, cuando vi algo estremecedor a lo que no podía dar crédito:
Me vi a mi mismo, en formación, con el resto
de mis antiguos compañeros, e incluso estaba Fernando, un antiguo miembro de mi
compañía que fue abatido por una lluvia de flechas hará años.
Seguía mirando, sin comprender lo que pasaba,
tratando de encontrar una explicación racional, pero no la había, ¡Es un sueño,
debe de serlo, pero es demasiado real!
El comandante da la orden, y los soldados se
abalanzan contra los pocos incautos que habían formado una resistencia,
blandiendo como armas sus herrumbrados utensilios de agricultura, pero caen
como si fueran trigo cortado por una hoz, y antes de darles tiempo a huir,
todos son aplastados bajo las mazas de los soldados. Ahora le toca el turno a
los que se escondían en sus casas. “Las tejavanas con techo de paja arderán muy
bien” dice riéndose un soldado al comandante. “Buena idea”, responde el otro,
Tras prender cuantiosas antorchas, son lanzadas contra los tejados, que
empiezan a arder. La tos de los aldeanos se empieza a oír, algunos optan por
salir, pero chocan contra los escudos, y a golpe de lanza se les obliga a
volver a entrar. Poco después, todos los edificios arden, desprendiendo una
negra humareda y un peculiar olor a carne quemada que aún no he olvidado. Los
soldados celebran su victoria, vitoreando a su comandante, burlándose de los
pobres infelices que acababan de encontrar en sus propias casas la mas
espantosa muerte.
Caí de rodillas, sendas lágrimas recorrían mis
mejillas, me recosté en el suelo son consuelo, y medité, ¿Es eso lo que le he
hecho a la gente? ¿A esto he dedicado mi vida?
Pero mi corta meditación se ve repentinamente
interrumpida.
Despierto.
Me encuentro de nuevo en el nevado paraje de
antes, en la aldea, los campesinos me han rodeado...
-Luis de Navarra, capitán de los mercenarios
de Rey, Gran Mercenario que no conoce la misericordia, tu actitud pendenciera,
tu falso orgullo y tu falta de escrúpulos te convirtieron mercenario, y al
elegir ese camino, decidiste no tener piedad, que nada ni nadie te pararía, y
así fue como destacaste entre los demás, llegando a capitán, pero di, ¿Mereció
la pena? Di, ahora que has muerto, ¿Mereció la pena tanta sangre, dolor y
sufrimiento? ¿Mereció la pena sacrificar a tu mujer y a tu hija, a tus amigos y
familiares, por esto?
Bajo la cabeza, y al hacerlo, veo que tengo
clavadas 3 lanzas en el abdomen y en el pecho, pero no brota sangre.
-Quien vive por la espada, muerte por la
espada, Luis de Navarra, y ahora que tu vida se ha acabado, ¡Es hora de pagar
por tus pecados!
No tengo tiempo para reaccionar, los
campesinos me agarran, forcejeo, pero de nada sirve, son muchos, y acabo por
sucumbir.
Entre golpes y empujones me encierran en una
casa.
Me doy la vuelta, y al mirar alrededor... ¡Es
mi casa!
-Papá... ¿Que pasa fuera?
Me giro, y veo a mi hija, una preciosa
muchacha de 8 años, seguida de mi mujer.
-Luís, ¿¡Que ocurre fuera!?
Sin mediar palabra, corro hacia ellas dos y
las abrazo y las besó, pero entonces noto una gélida caricia, y veo la pútrida
mano de mi mujer posada en mi hombro, y a mi hija, sin ojos, nariz ni labios,
cubierta de gusanos.
Grito aterrado, ¡¡He de salir de aquí!! corro
hasta la puerta y la abro, pero al salir choco contra un escudo de acero y
alguien me golpea con una maza, partiéndome la clavícula: Ese alguien soy yo
mismo, y con un barrido con el escudo me conduzco violentamente a mi casa, donde
vuelven a cerrar la puerta,
Empieza a hacer calor...
Miro al techo, y para mi horror, veo como
empieza a arder, llenando de humo toda la casa, me tiro al suelo, entre
sollozos, y sigo pensando en todos mis actos, pensando que, quizás, esto es lo
que en el fondo me merezco.
Pero nuevamente mis pensamientos son
interrumpidos por las abrasadoras llamas, que empiezan a calcinar mi piel, que
comienza a derretirse, corro hasta la ventana, que está cerrada por gruesas
tablas de madera, y pido ayuda a gritos, pero mis gritos son contestados por
risas, al mirar por la ventana, me veo a mi mismo, riéndome.
El fuego avanza, y ya me encuentro envuelto en
llamas, el dolor es inimaginable, ninguna palabra podrá nunca expresar este
tormento, el mismo tormento al que yo he condenado a muchos otros semejantes.
Vuelvo a despertar, estoy en mi cama, todo ha
sido un sueño... ¿O no...?
Escrito por José Luís Fernández Utrera, 4º de
E.S.O. Miércoles, 23 de Mayo, 2012.
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