viernes, 7 de mayo de 2010

¿Derecho a la seguridad o derecho a la privacidad?


EL PANÓPTICON

Me resulta bastante... llamativa la idea del filósofo Jeremy Bentham: el panópticon. Esta estructura consiste en un edificio circular con una torre central, donde los carceleros pueden observar con mínimo detalle la actividad de los reclusos a través de sus cristales sin que estos se percaten. De aquí extrae George Orwell los argumentos en su novela de un Gran Hermano que todo lo ve, ¿os suena? Desafortunadamente, seguro que sí.

Como os podéis imaginar, esta peculiar construcción es un prototipo de cárcel que rompe los cánones de la prisión tradicional. El objetivo pretendido, según Foucault, es inducir la sensación psicológica de la eterna observación, es decir, castigar a los reclusos provocándoles la intimidante inseguridad de que siempre hay alguien mirando todo lo que realizan.

El panópticon no prosperó, pero actualmente vivimos en uno, tan grande y tan inmenso como lo es el mundo propio. Estamos siendo constantemente vigilados, ya sea por cámaras, satélites, servicios militares, etc. Es ineludible sentir inseguridad con sopesar la inmensa cantidad de “observadores” que tenemos a nuestro alrededor.

La idea de esta estructura la encuentro como un exceso de control y más aún como fruto de la faceta más desconfiada del ser humano. Nuestra naturaleza nos evoca irremediablemente a desconfiar entre nosotros, y en muchísimas ocasiones de forma desmedida.

No menos confortable resulta pensar que si hace tres largos siglos ya se pensaban tales construcciones, en la actualidad con las nuevas tecnologías la libertad y privacidad quedan totalmente en entredicho. Lógicamente la vigilancia es importante, ¿pero hasta qué punto debemos llegar? ¿Cuándo sabremos cuánta cantidad de “observadores” son necesarios para saber en qué momento disponemos de seguridad o no? Sin lugar a dudas, seguridad y privacidad son términos absolutamente antónimos a día de hoy.

Dicho esto, entramos en una lucha de valores éticos. ¿Merece la pena aumentar la supuesta seguridad en detrimento de la privacidad, y por ende de la libertad? Son muchos los puntos en contra que podemos encontrar sobre la vigilancia desmedida. ¿Quién nos asegura que el que está al otro lado del cristal hace correctamente su trabajo o no manipula lo que realmente ve por intereses personales? Aunque claro, siempre se puede recurrir al pretexto de que la seguridad nos permite poder realizar cualquier actividad sin temor alguno, y por tanto ser más libres...

Tal quimera me resulta una perversión fruto del avance tecnológico e inamovible como el paso del tiempo. Nos vemos obligados a decantarnos por un lado u otro de la balanza, pero a buen seguro sea cual sea la respuesta será incorrecta de forma irremediable.

La intimidad es un derecho y un deber moral que poco a poco va consumiéndose inexorablemente por nuestra naturaleza curiosa y excesivamente dominadora, elevándose exponencialmente por la presión tecnológica.

Dejando de lado lo dicho anteriormente, podemos también extraer de la idea del panópticon un fenómeno social en auge, los “reallity show”, basados en la novela mencionada de George Orwell.
Siento un profundo sentimiento de tristeza y rechazo mayúsculo ante tal aberración a la intimidad y dignidad humana que provocan, ligados de la mano con la prensa rosa.


Odio profundamente encender el televisor a cualquier hora y ver al ser humano en su mínima expresión, en esa faceta en la que no existe el respeto, no se habla, sino se grita o en su defecto insulta. Y lo peor de todo es que la mayoría de la población apoyáis a tales actos parásitos con unos argumentos que dejan mucho que desear...

Es esto lo que estamos haciendo, un atentado moral fruto de la intrascendental información que ansiamos saber del otro, que acompañado de la completa estupidez e incongruencia de esta “prensa” y programas televisivos, está denigrando nuestra sociedad. Todo sea por ver a qué hora se levantan nuestros personajes, si se lavan los dientes, si se pelean, si se insultan, todo un acto de necesidad recopilatoria solamente equiparable a la cura del sida o del cáncer. Anteponemos o igualamos la curiosidad ante la vida, síntoma inequívoco de que nuestra sociedad goza de buena salud...

Así que sentémonos en nuestro mullido sofá (pero sin olvidar la bolsas de patatas o de palomitas, que si no, no comemos) y observemos cómo nuestra libertad es un hilo cada vez más fino porque no podemos hacer nada por convencernos a nosotros mismos, al desgraciado ser humano, capaz de ser el único absurdo animal de hacerse daño a sí mismo por asuntos irrisorios.



Jonathan Suárez
1º de Bachillerato

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