Desde que yo fui nacido
estuve inmovilizado,
muy próximo a otros
hombres
que yo consideré
hermanos.
Por los tobillos mis pies
a unos grilletes
pillados,
por la nuca mi cuello
a una pared enganchado.
A unas sombras movedizas
mi mundo era limitado,
y por eso yo pensaba
que eran todo lo creado,
mas yo pude ver que no,
pues luego fui liberado.
Me vi en una oscura
cueva,
con un fuego al otro
lado,
que proyectaba esas
sombras
Quise salir de la cueva,
y yo me quedé encegado,
por una muy fuerte luz,
¡hay que ver qué
fogonazo!
En las sombras me
mantuve,
durante mi primer rato,
empezando a conocer
los objetos de ese
espacio.
A continuación miré
los reflejos en un lago,
y cuando cayó la noche
me deleité con los
astros:
con Selene y las
estrellas,
que brillaban con
encanto.
Mirando el amanecer,
centelleante y dorado,
quedé yo muy satisfecho,
pues conocí al mayor
astro.
Tras aquello me sentí
un tipo realizado,
y volver quise a la cueva
en la que me había
criado,
para hacer subir a
aquellos,
que creía mis hermanos.
Cuando les hablé de todo
cuanto había
contemplado,
me tomaron por un loco,
y sin razón me
insultaron.
Al intentar yo soltarlos,
¡enfadados me pegaron,
e incluso con darme
muerte
algunos me amenazaron!
Por eso allí los dejé,
quedando inmovilizados.
Desde entonces me dedico
a buscar encadenados
algo más inteligentes
que quieran ser
liberados.
Quiera Dios que tenga
suerte,
¡pues apenas he
empezado!
Héctor Rodríguez Sánchez, 2º de Bachillerato