Todos somos Robinsón
Almudena Grandes
Escribir un libro es inventar una isla desierta, modificar con un punto apenas perceptible el mapa de los sentimientos, de las emociones humanas, para desear fervientemente un naufragio, la llegada de ese Robinsón desnudo y desarmado que somos todos los lectores cuando abrimos por primera vez un libro.




La lectura y la escritura son dos caras de la misma moneda, una isla desierta y su náufrago. Yo lo sé bien, porque fueron los propios libros quienes me abocaron a escribir libros, y si antes no hubiera vivido leyendo, nunca habría podido empezar a escribir. Cuando descubrí la extraordinaria capacidad de la literatura para multiplicar y enriquecer mi vida, la prodigiosa generosidad con la que desplegaba ante mis ojos una infinidad de aventuras, de lugares, de identidades múltiples que sin embargo eran capaces de superponerse sin conflicto alguno a mi propia identidad, para

Eso sigue siendo tan cierto que, si en este momento, alguien me obligara a elegir entre vivir sin leer y vivir sin escribir, estoy segura de que acabaría renunciando al oficio que he perseguido desde que era una niña que decía que iba a ser escritora. Porque tal vez sería capaz de llegar a ser feliz trabajando en otra cosa –una librería literaria, una papelería bien surtida de rotuladores y lápices de todos los colores, una ferretería empapelada de cajoncitos con tuercas y tornillos, o una huerta- pero, para mí, vivir sin leer ya no sería vivir, sino un sucedáneo insoportable de la vida.
¿Quieren ustedes vivir? Lean.
¿Quieren vivir más años, con más intensidad, más variedad, más alegría? Lean más.
Déjense llevar por las eternas mareas de una pasión inmortal y no teman a las olas. Al otro lado de cualquier océano siempre hay una playa, una isla, un mundo completo que sabrá llamarles por su nombre
y un grano de trigo que les está esperando.
